martes, 20 de marzo de 2018

¡Mi nombre no es Mrs. Farah!: Call the Midwife y la tragedia de ser mujer



A unos días de comenzar en los Estados Unidos la séptima temporada de “Call the Midwife”, he tenido la oportunidad de volver a ver este episodio, para mí el más impactante de la Sexta Temporada. Titulado “Mrs. Farah”, muestra a través de la experiencia de una madre somalí, la tragedia de las mujeres sometidas a la mutilación genital Mas allá de la atrocidad, el episodio nos enfrenta al tema tan de moda este mes, los derechos de la mujer vs. normas culturales, y el rol que otras mujeres juegan en nuestra liberación u opresión.

Este marzo ha sido un mes confuso, triste e incómodo para mí. Aparte de la tragedia personal de haber perdido a mi perro Nene, está la sensación de sentirme traidora a mis congéneres por no deleitarme ante la revolución causada por las manifestaciones madrileñas del 8 de marzo, por rechazar el generismo en todas sus formas; y por creer que las “mituteras” son unas exageradas cuya estridente campaña opaca la miseria de quienes realmente han sido victimas de acosos y agresión sexual.

Precisamente en esa onda me irrita ver que las mismas gringas quejosas fueron las primeras en irse a trabajar el 8 de marzo. Cuando les pregunto porque no emularon a las “Spanish revolutionaries” que tanto admiran, me salen con que “es que perdíamos un día de trabajo”, “no queremos que nos despidan”, “allá las cosas son diferentes”. ¿En serio?  ¿Si en Europa las mujeres están sujetas a mejores condiciones laborales, entonces por qué protestan?

No tengo que hacerme ninguna de esas preguntas cuando llegamos a lugares como Afganistán e Irán donde realmente las mujeres son oprimidas. En Irán, la protestas han tenido lugar desde febrero. A pesar de una fuerte presencia policial, las persas protestaron, faltaron a sus empleos,  y amarraron los trapos que,  por ley  deben llevar sobre el cabello,  a palos que agitaron llamándolos “nuestras banderas. ” En Kabul, Sima Samar, activista veterana de guerras contra talibanes, lideró la marcha; y en Estambul miles de mujeres protestaron, en shorts y con el cabello suelto, contra el gobierno de Erdoğan. ¿Por qué tengo que enterarme de estas noticias por periódicos israelíes o de “deresshia” como el Washington Post?  ¿Por qué no se les da tribuna en las redes sociales o las fuentes mediáticas más reconocidas?

El ver este episodio de “Call the Midwife” me recordó que el feminismo generista solo representa a un grupúsculo de voces, que hay sitios en el mundo donde ser hembra es realmente una pesadilla y que hoy en día siguen ocurriendo horrores como los que la serie nos muestra teniendo lugar en el Londres de 1963.

El foco del episodio es Nadifa, una joven somalí que está en las últimas semanas de gestación. Nadifa, su marido que es marino mercante, y su hermanita Dekka, son parte de la creciente población inmigrante del East End londinense. Todo indica que son una familia feliz, por lo que Nadifa ve con alarma una carta de su tierra que las conminan, a ella y a Dekka, a regresar a Somalia. El marido de Nadifa también insiste en que su hijo debe nacer en África.

Entran las Wonder Women de San Ramon Nonato y convencen al Señor Farah que Nadifa está muy avanzada en su embarazo y que un viaje puede ser peligroso. Le toca a Valerie, la nueva partera, hacerse cargo de Mrs. Farah. A pesar de su experiencia como enfermera militar, nada ha preparado a Valerie para lo que encuentra al examinar a su nueva paciente. Como le relata espantada al Dr. Turner, Nadifa tiene los genitales “como los de una muñeca”. No existen. El médico, a su vez, le explica que la Señora Farah ha sido sometida una “circuncisión faraónica””, un procedimiento común entre mujeres islámicas africanas y del Medio Oriente.


Las parteras de Nonato están extrañadas. Nunca han visto esta técnica en las señoras musulmanas que han atendido. Nuevamente Patrick aclara (y esto es importante). Aunque precede al islam, la mutilación sigue siendo experimentada por las descendientes de pueblos que la practicaron en el pasado y que ahora son musulmanes (aunque solo ocurre entre secta sunníes).

Me detengo un momento para describir lo que normalmente se conoce como mutilación genital femenina.  Esta consiste en dos procesos:  ablación (extirpación total del clítoris y los labios de la vagina) e infibulación (sutura total de la vagina).  El término “circuncisión” es totalmente erróneo. No se parecen en nada, la mutilación carece del elemento espiritual de una circuncisión y difiere además en el modo en que se practica y en el daño emocional y físico que se infringe a la paciente.

También “faraónico” está mal porque, aunque se han encontrado papiros donde se describe esta cirugía (generalmente usada para corregir clítoris desmesurados), no era practicada por los antiguos egipcios. Se la encuentra en la Antigua Roma donde se usaba para conservar la castidad de las esclavas. Por suerte, la mutilación genital desapareció de Occidente por muchos siglos. En el Siglo XIX fue resucitada por la comunidad  médica, tal como lo explica La Enfermera Crane en la serie,  para curar “males femeninos”(léase ninfomanía, depresión, etc.)

Hoy en día esta “castración femenina” es legal en 28 países africanos y varios países del Oriente Medio (sobre todo en Yemen e Irak). Me ha sorprendido saber que prevalece en las comunidades musulmanas de Indonesia y Malasia. A pesar de que es ilegal en Occidente, siguen realizándose estas mutilaciones en comunidades  de inmigrantes.

La mutilación se lleva a cabo en niñas, generalmente de cinco años, en condiciones espeluznantes en la que solo pueden estar presentes otras mujeres, de preferencia parientas de la mutilada. Mientras algunas sujetan a la niña, la “cirujana” (que no solo carece de calificaciones médicas, sino que además realiza la operación en las condiciones menos higiénicas posibles,) extirpa el clítoris sin anestesia y con instrumentos sucios. Se sabe que estos últimos incluyen navajas, cuchillos de cocina, hojas de afeitar, la parte afilada de latas de conserva, piedras filosas y hasta las uñas. Luego, la vagina es suturada dejando solo un pequeño orificio para que salga la orina y la sangre menstrual.

Acto seguido, las piernas de la niña son atadas y se la deja así hasta por dos meses, mientras cicatriza. Como es de esperarse, muchas pacientes mueren de septicemia o gangrena. Las sobrevivientes siguen en esa condición hasta su boda que es cuando nuevamente una parienta se encarga de abrirlas un poco mas para poder tener relaciones sexuales. Como dice  Valerie “no sé cómo ese bebé entró ahí ni cómo va a salir”.  El procedimiento normal es que la parienta deshaga la sutura y vuelva a practicarla tras el parto. De ahí la insistencia de la familia de Nadifa, y de su marido, de que regrese a Somalia.

No habiendo ninguna otra mujer cerca que pueda atender a Nadifa como si estuviera en su tierra, no queda más remedio que llevarla un ginecólogo. Si para nosotras un examen ginecológico es degradante e incómodo, lo es más para la Señora Farah que nunca ha estado expuesta ante un hombre que no sea el marido. Mas encima es obligada a responder preguntas como si es proclive a sufrir infecciones urinarias. La mutilación genital,  además de peligrosa y dolorosa, expone a la paciente a docenas de riesgos para su salud tales como infecciones y dolor crónico, micción frecuente, problemas para embarazarse, y hemorragias durante el parto.

Nadifa le explica a Valerie que a ella “la cortaron” cuando tenía siete años. Por eso recuerda todos los detalles de su ordalía. Les tiene terror a los cuchillos. Es tal su trauma que incluso cuando le vienen las contracciones, no se atreve a pedir auxilio. Por suerte llegan Valerie y Dekka. Valerie convence a la Señora Farah de ir al hospital. Le jura que no la atenderán hombres, solo estará ella. No habrá cuchillo, “solo mis manos”.

En la ambulancia, a Nadifa se le presenta el parto. Deben detenerse y es Valerie quien cortará las suturas con unas tijeras quirúrgicas. “Mis tijeras especiales”” le dice a Nadifa como si se trataran de objetos mágicos. Nace una niña sana, y Nadifa sobrevive, pero no está contenta. En el hospital, los médicos la han suturado nuevamente, pero son hombres, no saben, lo han hecho mal. Ella ha quedado incompleta, imperfecta, ya su marido no la querrá. Valerie está ante  en un dilema. Quiere ayudar a su paciente, pero sabe que la reinfibulacion solo pondrá más en peligro la salud de Nadifa.

Unas semanas mas tarde, Valerie y Bárbara visitan a Nadifa y a la bebé y descubren que Dekka ha desaparecido. En tono cortante, Nadifa les cuenta que su hermana ha regresado a Somalia. Valerie se da cuenta que Dekka ha regresado porque es su turno de “ser cortada”.  Horrorizada, le grita a Nadifa que no puede permitir que los mismos hombres que le hicieron daño arruinen la vida de su hermana. “¿Cómo pudo, Mrs. Farah?” Es ahí que Daniza se enfurece y grita “¡mi nombre no es Mrs. Farah!” En su cultura las mujeres son tan respetadas que conservan su linaje sin tener que adoptar el apellido del marido.

“Mi nombre es Nadifa Ghedi Jama” afirma orgullosa. ¿Como puede Valerie pensar que ella le entregaría a su hermana a un hombre para que la profanara? A Dekka la mutilará una mujer que la ama, su propia madre. Toda madre desea que su hija “sea buena, limpia y agrade al marido”. Para eso debe ser “cortada”.

Como suele ocurrirnos a los sensatos cuando alguien nos grita “su verdad” en la cara, Valerie se queda en silencio mientras repasa mentalmente lo que ha escuchado. Yo puedo adivinar sus pensamientos
a)       ¿Tengo derecho a atropellar la cultura de esta mujer?
b)      ¡Qué horror! ¿Cómo puede una mujer hacerle esto a otra? ¿Cómo puede una madre hacerle esto a una hija?
c)       Mm. Que civilizados son estos somalíes. La verdad es que una no debiera perder sus apellidos solo por estar casada.
d)      ¿En qué estoy pensando?  ¡Esto es monstruoso! ¡Debo salvar a Dekka!

Barbara y Valerie corren al puerto, pero llegan demasiado tarde. Desde el muelle divisan a Dekka que desde cubierta se despide de ellas. Al final escuchamos la voz de Vanessa Redgrave, quien funge de narradora en la serie, contándonos que cuando le llegó la hora de ser “cortada” a su hija, Nadifa se opuso. Ojalá ese fuera el caso de todas las mujeres que pertenecen a culturas donde perdura esta aberrante costumbre.

Quisiera regresar ahora a los cuatro puntos que elevé y que son los que suelen presentarse en nuestro debate con personas que abrazan tradiciones o incluso posturas que nos parecen negativas. Si una persona siente que las tradiciones  que ha heredado le son repulsivas o engorrosas, simplemente, tiene que tomar una decisión de vivir al margen de su comunidad. Lo digo yo que vengo de tres culturas que muchas veces son tildadas de retrogradas. Pero si la tradición afecta la vida y salud de los miembros de esa cultura,  debe ser erradicada. Es por eso por lo que en la cultura judía ya no hay ordalías que involucren beber agua con tinta para probar la fidelidad de una esposa, no se devuelve una novia por no ser virgen, y las circuncisiones se practican de manera más higiénica que antaño.

Punto B. El feminismo generista, en su afán de probar que todas las hembras somos frágiles débiles mentales incapaces de aceptar responsabilidades, nos cuenta que ninguna mujer es culpable de la desdicha de otra, que no hay tal cosa como verdugos femeninos. Las mujeres no maltratamos a nuestras amigas, hijas, madres ni empleadas.  Se ha resucitado el mito sesentero de la Sisterhood. Somos una cofradía de victimas sometidas por un cruel patriarcado. Y guay del que diga que hay “mujeres machistas” o que sirven intereses patriarcales. Sin embargo, la mutilación genital es un ejemplo de esto último.

Recientemente, España se ha visto sacudida por el crimen del pequeño Gabriel Cruz perpetrado por su madrastra. Por supuesto que las defensoras de las mujeres, aun las criminales, argumentan que se trató de autodefensa, la típica historia de la mujer agredida por el macho, aunque el macho solo tuviera ocho años. Es hora de que aceptemos que el ser humano no es inherentemente bueno, y más allá de su género u orientación sexual, es capaz de actos descaminados que afectan a los más débiles (sean mujeres, ancianos, hijastros, incluso niñas) como ocurre entre las que abogan y fomentan la mutilación genital femenina.

Y pasamos al punto C, mi favorito,  porque evidencia como nos dejamos engatusar por minucias y la razón por la cual las diferentes corrientes feministas de los ultimo cien años se han vendido y nos han vendido por premios de consuelo. Al estallar la Gran Guerra, las sufragistas inglesas depusieron sus armas y métodos agresivos (incluso su incongruente pacifismo) y colaboraron con el esfuerzo bélico. Al final del conflicto, obtuvieron el voto, pero no los otros derechos por los que abogaban, incluyendo mejores sueldos.

Cuando yo era pequeña (y cuando mi madre era pequeña) ya era tema lo de los salarios equitativos, pero a cambio de concesiones como aborto y libertad sexual, la ola feminista de mi época nos vendió al patriarcado haciendo a un lado las exigencias laborales. El patriarcado estaba feliz de tener más personal para su masa de esclavos. Mejor aun,  sin tener que tomarse la molestia de otorgarle condiciones de trabajo óptimas o tener en cuenta las necesidades fisiológicas de sus nuevas reclutas.

Sin embargo, por décadas conocí mujeres que se ufanaban de logros menores. “Ya no soy actriz, soy actor” o “Las mujeres en Chile ya no somos de nadie. ¡Usamos nuestros apellidos!” ¿Y? ¿Qué se gana con eso? ¿Hay menos femicidios porque las chilenas siguen usando sus nombres de solteras? Lo mismo ocurre con Nadifa. No usar el apellido del marido es un pobre  premio consuelo para su sexualidad vulnerada y su cuerpo mutilado.

Como muchos otros temas que ‘Call the Midwife” presenta con ecuanimidad y compasión, la historia de la “no-Señora Farah” impacta hasta los huesos y nos hace reconsiderar muchas cosas sobre nuestra condición femenina.

"Call the Midwife"regresa a los Estados Unidos, este domingo 25 de marzo, por PBS.

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