viernes, 30 de marzo de 2018

Mensaje de Easter/Passover




(English translation at the bottom. Feel free to comment here or in my Facebook page)
Voy a pedir disculpas por usar este espacio para algo que tiene poco que ver con series de televisión, pero si con hechos históricos. Me quedó muy largo para Facebook así que me lo traje.  Pueden dejar comentarios aquí o en mi página de Facebook

Este 2018, la Pascua judía y la Pascua de Resurrección han coincidido. Este Viernes Santo cae en la misma fecha que el primer Seder de Pesaj. Había escrito un mensaje largo, peliagudo y enredado para conmemorar la coincidencia y lo borré. Estas son fiestas alegres, no hay para que amargarlas. Mejor me iba a limpiar la casa de migas de pan y torta. Es lo que se hace en Passover. Pero las alergias me ganaron. descubrí que soy alérgica a TODOS los productos de limpieza. Doblada en dos de tos, me vine a seguir con mi única vía de escape, Los Tudor, pero tengo un pájaro carpintero picoteando mi cabeza desde que vi las imágenes de las manifestaciones en Paris, ayer miércoles.

Pesaj y Pascua son también momento de reflexión. Es el momento de reflexionar sobre buenas nuevas y sobre libertad, pero este año quiero hablar del dialogo. Voy a comenzar con una pequeña mashal (fábula) que está basada en hechos reales. Pido disculpas si es desagradable. Soy de esos judíos a los que les enseñaron que hay que evocar sin provocar, pero a veces hay que hacer memoria y remontarse a tiempos pretéritos, si se quieren enfrentar tiempos modernos.

En la Francia medieval, específicamente en el condado de Toulouse, todos los Viernes Santos el Conde de Toulouse reunía a sus vasallos y a la comunidad judía tolosana. No con propósitos ecuménicos ni siquiera para que se agarraran a arañazos. Hacia venir al miembro mas importante de la comunidad judía y, en nombre del sufrimiento de Cristo, le plantaba un tremendo bofetón. Lo malo es que el sopapo se lo daba con el guantelete de malla de acero. Ya se imaginarán como quedaban los sesos del pobre abofeteado esparcidos por el suelo.

Esta lindeza tuvo lugar por cuatrocientos años, a pesar de que los judíos protestaron ante cuanto rey hubiera. Finalmente, en el siglo XIII, se llegó a un acuerdo. Los judíos pagarían su falta con un elevadísimo impuesto, más una contribución anual de 44 libras de cera para velas con las que alumbrarían la Catedral de San Esteban. Parece un acuerdo injusto, pero la vida humana vale más que un centenar de pabilos. Aal menos se había llegado aun dialogo y de ahí a un acuerdo.


Pero yo visualizo otro tipo de dialogo. ¿Qué tal si el conde hubiese arrojado su manopla al suelo y hubiese dicho “No te voy a golpear porque eso va en contra de las enseñanzas de Cristo”?  O si el judío hubiese dicho “Esa Virgen a la que pones en los altares es judía, como lo fueron sus padres, su marido y su hijo. Esos apóstoles a los que veneras como santos eran judíos circuncisos”.  ¿Qué hubiera ocurrido?

Ese es un dialogo que se puede dar cuando existen puntos en común. Y esa es mi moraleja. Tenemos que buscar esos puntos en común y establecer una comunicación. No abogo por un acercamiento con nuestros enemigos, ese es un dialogo de sordos. Hablo de una conversación con quienes erradamente consideramos nuestros enemigos. Hablo de escuchar y reconocer necesidades y objetivos comunes. El Conde de Toulouse y sus judíos los tenían, pero permitían que los prejuicios y la ignorancia los cegaran.


Los judíos y los Nazis no teníamos puntos en común. Ahí el dialogo era imposible, como lo fue con Stalin, y antes con los Zares de Rusia. Pero si pudo existir un dialogo con los alemanes de la era pre-hitleriana. Esa fue una oportunidad perdida. No todos los alemanes eran Nazis de nacimiento. No todas las Violetas de Marzo (calificativo despectivo para quienes corrieron a inscribirse en el partido tras el ascenso de Hitler el poder) eran xenófobos racistas, creyentes en Lebensraum y asesinos de niños y ancianos.

Voy a hacer aparte el tema judío, y aplicar lo dicho a espacios mas universales. Vivo en la nación mas importante del mundo, en una ciudad donde se toman decisiones que afectan la humanidad. Vivo en la Costa Este de los Estados Unidos. Las grandes ciudades de este país están en sus costas. Es ahí donde habitamos los que estamos en contra de esta administración. Pero existe un centro donde habitan los que votaron por Trump. Es una gran mayoría, si llegara el momento de los quiubos, ¿qué se hace con ellos?  ¿Se los fusila? ¿Se los pone en campos de concentración?  ¿se les reeduca como en la China Maoísta? 

¿Antes de llegar a ese penoso momento, no sería bueno que los conociéramos y les viéramos el rostro humano? Estoy segura de que muchos de ellos piensan como nosotros sobre determinados temas, que no todos son extremistas. ¿No sería hora de ver cuán validas son esas quejas que los llevaron a mal votar, a aislarse del resto de sus conciudadanos o a ver a otros como monstruos a los que no son como ellos?


Esto se aplica a todos los países del mundo porque estamos peleando por cosas que, al final, no tienen tanto significado. ¿Qué importa que el de la esquina no rece como nosotros o no rece? ¿O que tenga un color de piel diferente, o hable con acento o sea más gordo, más bajo, menos lindo que nosotros? ¿Qué importa de quien se enamora o si cree que Daenerys es más guapa que Cersei? ¿Qué importa si a lo mejor sufre nuestras mismas enfermedades, comparte nuestros mismos miedos, sueña nuestros mismos sueños? 
Marine Le Pen, la imagen que más me impresionó de La Marche Blanche de ayer (BBC)
(

No estoy hablando ni de poner la otra mejilla, ni de amar a nuestros semejantes. Tampoco de dar por vencidos nuestros ideales. Hablo de acercarse a individuos, de desligarnos de masas hidrófobas, de hacer un frente común al extremismo de todos los colores.

En Chile, hay viejos rencorosos que creen que todos los que una vez dieron palos deben ser apaleados y azuzan a los cabros chicos para que vayan tirando ladrillos y pegando garrotazos porque son dueños de LA VERDAD. Solo hay una gran verdad, un día los viejos ya no tendrán voz para azuzar. Los jóvenes estarán muy viejos para lanzar peñascazos o levantar un palo y vendrán otros más jóvenes a darles palizas. Hay que prevenir para detener. Y el único futuro que se sabe por seguro es que todos seremos viejos. Hora de dialogar ahora que todavía tenemos voz.

(English Translation)

On this 2018, Easter and Passover have coincided.  Good Friday also marks the date for the first Seder. To commemorate the coincidence, I had written something long, cumbersome and bewildering. I erased it. These are joyous occasion. No need to mar them. Not with having all the Passover cleaning to do. But allergies defeated me. It turns up that I am allergic to ALL cleaning products. In between coughs, I came here to indulge in my favorite escapism. The Tudors, but the images of yesterday Parisian manifestations would not let me work. It was like having Woody woodpecker on my head.

Passover and Easter are times for meditation. We reflect on good tidings and freedom, but this year I urge you to meditate on the importance of dialogue. So, I shall begin with a small mashal (fable).  I apologize if the subject is disturbing. I’m one of those Jews who were taught that to evoke one should not provoke. Nevertheless, occasionally it’s necessary to reminisce of the old days specially if one wishes to confront modern times.

Let us go back to medieval France, more specifically to Toulouse. Every Good Friday, Le Comte de Toulouse would gather his vassals and the Jewish community on his lands. Not to, mind you, with ecumenical purposes. Not even so they could scratch each other’s eyes out. He would summon the community leader and in the name of Christ’s passions, he would box his ears. The problem is that the Count would not remove his steel mail gauntlet. You can imagine the poor leader’s brains flying everywhere. 

These lovely events went on for four hundred years, despite Jewish protests. Finally, in the XIII century, an agreement was reached. Jews would pay an elevated fine plus 44 pounds of wax to fabricate candles for a yearly consumption in the Cathedral of St. Etienne.  It may seem like an unfair deal, but human lives are worth a million tapers. Most important, the Jews and the authorities had started a conversation that had concluded in an agreement.

And yet I visualize another dialogue. What if the count had dropped his glove on the ground and had said: “I refuse to strike you because it goes against Jesus’ teachings” or if the Jewish leader had said: “that Madonna that you place on the altars is Jewish. Jewish were her parents, her husband and son. Those Apostles you venerate as saints were all circumcised Jews.” 

That is a dialogue that could take place where common ground exists. And that is my fable’s moral. We should seek dialogue with those we share common ground. I’m not advocating closeness to our enemies, that is futile. I’m talking about exchanges with those whom we mistakenly think are our enemies. I’m talking about listening and recognizing shared needs and goals. The Count of Toulouse and his Jews had such common ground, but they let prejudice and ignorance blind them.

On the other hand, we had no possible dialogue with Nazis or Stalin, not even with the Czar of Russia. We did have tons in common enough to start a dozen conversations with pre-Hitler Germans. But we wasted that chance. not every German was born to be a Nazi. Not even the March Violets (scornful epithet given to those who joined the Nazi Party after Hitler’s rose to power.) were all born to be xenophobic, racist, believe in Lebensraum or be capable of murdering children and old people.


Let’s drift away from the Jewish subject and move on to more universal matters. I happen to live in the most important nation in the world, in a huge city where matters are being drawn that affect humanity. I live on the Eastern Seaboard of the United States of America. Most big cities in this country lie on her seaboards. They are inhabited by a large population dissatisfied with our current administration. In between those coasts lies the heartland where Trump voters live. They are a significant majority. If the day of reckoning arrives, what to do with them? Are they to be shot, placed in concentration camps, or reeducated like in Mao’s China?

Before such awkward day arrives, should we not strive to know who they are? To grant them a human face? I’m sure many of them think like us on certain issues. I’m sure not all of them are extremists. Time for us to see how valid are their grievances that led them to ill use their right to vote, that led them to isolate themselves from their fellow citizens, that led them to see others as freaks just because they were not like them.

And this applies to the whole world because we tend to fight over things that in the end, matter little. What do we care if the man in the corner prays in certain ways or doesn’t pray at all? Or if they have a different skin color, or speak with an accent, or are shorter, fatter, less comely than us? What does it matter who they fall in love with or if they think Daenerys is prettier than Cersei?
Marine Le Pen, the most shocking image of Wednesday's Marche Blanche (BBC)

 What does it matter when perhaps they suffer from our same ailments, share our same fears, and dream our same dreams? I’m not talking about turning the other cheek, or loving others as ourselves. I’m not talking about surrendering our ideals.  I’m talking about reaching out to individuals, to detach ourselves from hydrophobic masses, to make a common front against extremisms of all colors.

In Chile we have a generation of bitter old people that believe those who once brandished the sticks should now be trashed. They urge kids to go around throwing bricks and brandishing big sticks because they own the TRUTH. The only truth, is that those bitter old people will someday lack voices to egg on kids. Those same youngsters will grow too old to hurl rocks or hold sticks and they’ll be trampled in turn by younger angrier generations.  There is only one certainty in our human existence. Someday we’ll be old and feeble. Now it’s the time for dialogue since we still have a voice.




jueves, 29 de marzo de 2018

De cómo Gregory, Hirst y Mantel crearon el mito de La Otra Bolena (II)



Aunque nos pese, es innegable que Philippa Gregory, Michael Hirst y Dame Hilary Mantel son los creadores de la segunda ola de Tudormania. También son los artífices de una imagen mítica de Maria Bolena que muchas veces choca con lo poco que sabemos de la dama.   ¿Quién fue la verdadera Mary Boleyn y es mas interesante su historia que las visiones que la Tudormania nos presenta?

En una entrevista para la BBC History Magazine, Philippa Gregory declaró que Mary Boleyn era su personaje favorito. Se entiende puesto que La Otra Bolena es su creación casi total, en el sentido que su Mary es mas ficción que datos históricos. Doña Pippa también ha agregado que fue ella quien puso de moda a Maria. La siempre competitiva Dame Hilary (si ese par se encuentra en la calle, se estrangulan) comentó burlesca que todo historiador que haya tratado a Enrique VIII y/o Ana Bolena, por fuerza, debe mencionar a Maria. Cierto, pero una cosa es ‘mencionar “y otra ofrecer al público una visión interior de la psiquis del personaje.

Eric Ives dijo que lo que sabemos de María Bolena cabe en una tarjeta. Debido a eso, les ha tocado a los novelistas, y en este siglo a productores y guionistas, encontrar a esa elusiva Otra Bolena. Cuando Gregory publica su The Other Boleyn Girl (2001) abre las puertas a la imaginación ajena, pero también a los historiadores que se horrorizan ante las libertades tomadas con una entidad histórica.

 Es un crédito para Doña Pippa que solo después de la publicación de la novela, y del debut de la primera adaptación de la BBC (2003) y del filme (2008), hayan aparecido textos de historia cuyo tema sea Mary Boleyn. Sin The Other Boleyn Girl, Alison Weír no hubiese publicado Mary Boleyn: Mistress of Kings (Maria Bolena: amante de reyes). Publicado en el 2011, ese libro es considerado un compendio historiográfico sobre la hermana de Ana Bolena, y aun así tiene más agujeros que un cedazo en lo que respecta a datos factuales sobre la dama.

Una Familia de Tantas
En La Otra Bolena, Philippa Gregory crea un retablo de marionetas donde los títeres son los miembros de la familia Bolena. Ahí vemos a esa comadreja ambiciosa llamada Tomás Bolena: su aristocrática esposa Lady Elizabeth Howard; El Tío Norfolk que quiere meter a una sobrina, la que, de la talla, en la cama del rey; y la inocente Maria y sus hermanos (mayores) la osada Ana y el ambiguo Jorge.

Fue gracias a ese retablo, que se armaron elencos futuros con rostros reconocibles. Por ejemplo, Lady Elizabeth no aparece en “Los Tudors” ni en “Wolf Hall’. Solo sabemos de su existencia porque Dame Kristin Scott-Thomas la interpreta en la película. Su interpretación de la matriarca Bolena es la de una mujer virtuosa, abochornada por la codicia de su esposo y hermano, y por la liviandad de sus hijas. Un retrato que no se parece al del libro donde la autora achaca a Elizabeth las mismas aviesas intenciones del resto de su familia y la involucra en la trata de blancas que es el negocio familiar.

Creo que ya es hora de hablar de la verdadera Mary y para eso hay que ir al principio que no es donde sus arquitectos del Tercer Milenio gustan iniciar su historia. En la adaptación fílmica de The Other Boleyn Girl, hay flashbacks a la infancia de los Hermanos Bolena. La unidad y cariño del trio Ana-Jorge-Maria es un tema recurrente tanto en Gregory y sus adaptaciones, como en “The Tudors”, tal vez para crear mayor empatía entre los personajes. Hilary Mantel en Wolf Hall toma otra actitud en la que hace que Maria le confiese a Cromwell que siempre ha existido una rivalidad entre ella y su hermana.

“Wolf Hall” comienza con Maria ya en la corte. La primera mención es cuando Cromwell informa al Cardenal Wolsey que Maria es la nueva querida del rey. Mas adelante, en su primera visita a Ana Bolena, Cromwell conoce a Maria, ya para entonces viuda y descartada por Enrique. Mantel no hace mención del pasado de Maria en Francia. Gregory comenta que las Bolena vivieron en Francia desde que eran pequeñas. En la novela de Gregory (y en la serie) Maria ya esta instalada en la corte y asiste a la ejecución del Duque de Buckingham, “su tío” (¿) He revisado toda la genealogía de Maria y en ninguna parte hay parentesco con Buckingham que es ejecutado por traición (en realidad por haberse peleado con Wolsey) a Enrique.  
El verdadero Sir Thomas Boleyn

La ficción muchas veces nos muestra a los Bolena como parvenus, tenderos burgueses sin aspiraciones a la nobleza. Si bien es cierto que Tomás Bolena era un millonario cuya familia había hecho fortuna en la mecería, por parte de su madre Lady Margaret Butler, no solo emparentaba con la más rancia nobleza irlandesa, además tenia sangre real siendo descendiente directo del rey Eduardo I y su primera esposa Leonor de Castilla. Mucho se habla de que Tomas Bolena hizo fortuna al casarse con la aristocrática Lady Elizabeth Howard, hija del Duque de Norfolk. Lo cierto es que aparte de ser mas rico que la novia, Bolena compartía su pedigrí puesto que Elizabeth descendía también de Eduardo, pero de su segundo matrimonio con Margarita de Francia.

Las Hermanas Bolena
En la adaptación fímica de La Otra Bolena crearon toda una entrada que difiere del libro y de la vida real. Tenemos a las Hermanas Bolena jovencitas (catorce y quince años) todavía vírgenes y solteras viviendo en el Castillo de Hever con su padre. En la vida real, Maria nació en 1499 y Ana un año mas tarde. El filme sigue la pauta de Gregory quien decide que Maria (Scarlett Johansson) sea menor, tal vez para explicar su timidez y sumisión. Lo que el filme no nos explica es por que la casan antes que a Ana (Natalie Portman).

Thomas Bolena (interpretado por un soñoliento Sir Mark Rylance) le consigue a Maria un marido en la nobleza local. William Carey (interpretado por un entonces desconocido y muy malgastado Benedict Cumberbatch) no consigue ganarse el corazón de la romántica Maria y mucho menos cuando en la noche de bodas se pone a orinar en una bacinica (¡!!)


Enrique VIII (Eric Bana guapísimo, pero muy lejos de parecerse al verdadero Tudor) viene de casería al Castillo de Hever. Bolena y su cuñado Norfolk (David Morissey) deciden empujar a Anne (que no necesita empujones) a la cama del rey. Toda la familia de acuerdo y hasta Enrique le entra al plan, pero la terquedad e impertinencia de Ana solo consiguen que al rey lo tumbe su caballo.

Con un chichón en la cabeza, lo último que quiere Enrique es ver a Ana. Mandan a Maria a atenderlo. Al rey le gusta más esta hermana reservada y dócil y exige que Maria vaya la corte a servir a su esposa, Catalina. Todos saben lo que eso significa. Todos contentos, menos Maria que tiene escrúpulos morales y eso que a su marido también le viene bien que la mujer ascienda en la corte, aunque sea horizontalmente.

¿Cuánto de esto viene del libro? NADA. Lo que pasa es que Doña Pippa se puso muy lenta y aburrida para contarnos esta historia Hubo que apurar un poco la trama para trasladarla a la pantalla.  La novela comienza con Ana ya sirviendo a Catalina y le toma años acostarse con el rey (y 7 capítulos embarazarse).   María es tan torpe que hasta agota la pasión de Enrique aun antes de consumar su relación. El pobre William Carey se lleva la sorpresa que lo hacen cornudo y eso lo entristece mucho.

Lo curioso es que ni libro ni cine nos mencionan las aventuras escabrosas de Maria en tierras galas. Ya les conté que no era inocente ni cuando Enrique la conoció bíblicamente mi siquiera cuando el marido hizo otro tanto.  Eso se le ha criticado a Gregory. Su afán de aplicar la dicotomía Madonna-prostituta a Las Hermanas Bolena. En su novela, Ana es la que ha vivido en Francia y la que (siguiendo ese viejo prejuicio anglo) se ha vuelto experta en cochinadas. Ella es la que aconseja a Maria de cómo comportarse con el rey y que, aunque ya lo tenga entre las sábanas, no debe ser una “puta floja” (lazy whore) y debe ‘trabajar” para no perderlo.

El Affaire Percy
En la película, Ana es desterrada a Francia luego de su divorcio de Henry Percy. Históricamente, la anulación de este matrimonio clandestino se le ha adjudicado al Cardenal Wolsey. Así lo vemos en la miniserie “Enrique VIII” (2003) donde Ana es interpretada magistralmente por Helena Bonham-Carter. Y así lo describen Maxwell Anderson en Ana de los mil días y Hilary Mantel en Wolf Hall (la serie recrea ese encuentro entre Wolsey y Henry Percy) y es la razón por la cual Ana odia al cardenal.
Percy, Ana y el Cardenal Wolsey en Ana de los Mil Días

En la novela de Gregory (y el filme) Ana decide que mejor es ser esposa que amante y se compromete en secreto con el hijo del Conde de Northumberland, Henry Percy. Con su acostumbrada impulsividad, Ana lo obliga a casarse y a consumar el matrimonio, sin permiso de los padres de ambos (ni del rey. Casarse entonces era asunto de estado).
Percy y Ana en Wolf Hall

En el libro, Ana se pavonea ante su hermana alardeando que se ha casado y acostado (wedded and bedded) con Percy. Maria cree que su deber moral es alertar a sus padres. Todos los adultos del cuento se confabulan y divorcian a la pareja. En el filme, vemos a Ana frenética galopar por una playa, tras jurar venganza, y supuestamente rumbo a Francia (o a un barco que la llevara al otro lado del Canal). En el libro es peor. Obligada por su madre, Maria le escribe a Percy (fingiendo ser su hermana) rompiendo su relación. Con razón Ana está tan enojada.

¿Hay algo de verdad en este cuento? En 1523, cuando Ana era dama de Catalina de Aragón, se comprometió con Henry Percy que era paje del Cardenal Wolsey. Percy recibió tremendo y público regaño por parte de su patrón. Había tres razones para oponerse a una unión Bolena-Percy. Como hija de un mero caballero (Tomás Bolena todavía no era Conde de Wiltshire ni Vizconde Rochford) Ana estaba muy por dejo de los Northumberland. B) Se la creía ya comprometida con un primo, Lord Ormonde. C) Se rumoraba que el rey estaba interesado en ella. El caso es que entre Wolsey y el Conde de Northumberland, anularon el matrimonio.

Ana siguió su vida de siempre (en el libro, Gregory la envía desterrada al castillo de la familia) y Percy fue obligado a casarse con Lady Mary Talbot. Percy y su mujer se llevaban como perro y gato. Unos años más tarde, Lady Percy solicitó el divorcio argumentando que su matrimonio no era válido, puesto que el marido estaba realmente casado con Mistress Boleyn. En la vida real, Percy tuvo que jurar ante un tribunal que esto no era cierto. En The Other Boleyn Girl, Ana obliga a su hermana a mentirle a Enrique sobre ese asunto. El rey le cree a Maria que su hermana nunca consumó su matrimonio, puesto que La Otra Bolena (al menos en la mente de doña Pippa) es una santa, incapaz de mentir.

En “Wolf Hall” el affaire Percy reaparece justo en medio del romance Ana-Enrique. Los Bolena se asustan, puesto que el poder que Ana ejerce sobre el rey reside en su virginidad. Hay una escena fantástica en la serie donde Cromwell se encuentra con la familia en masa (Maria y su cuñada Jane también están presente) encerrados en un cuarto, discutiendo el asunto, y lanzándose zapatos a la cabeza. La solución es poner a Cromwell a cargo de todo este asunto.
Percy amedrentado por Cromwell

De acuerdo con Mantel, Percy es un vulgar chantajista al que Cromwell encuentra en una taberna. Un poco de la labia de leguleyo, un poco de la violencia cromwelliana, y el cobarde Percy se retracta.  En “Los Tudor” no se hace mención de Percy. En cambio, se nos hace creer que Ana perdió su virginidad con su vecino y amigo de la infancia, el muy casado poeta Sir Thomas Wyatt.

Las Bolena según “Los Tudor”

 En suma, según Gregory, Ana se lanza a la caza de un rey para vengarse de la hermana que destruyó su matrimonio. Según Mantel, Maria nunca fue importante para Enrique, pero igual Ana se encapricha porque desde pequeña siempre ha querido lo de la hermana. Hirst en cambio parece adherirse a la idea de que Maria fue un solo un amor de paso, por lo que no le molestaría mucho que su hermana la reemplazara entre las sabanas del rey. De toda la ficción contemporánea sobre Las Bolena, “Los Tudor” es la única que describe la vida de Maria en Francia.

En el primer episodio de “Los Tudor”, Enrique recibe la visita de su embajador en Francia, Sir Tomas Bolena. Le encarga los preparativos para su famoso encuentro en el Campo del Paño de Oro con el Rey Francisco. Le pide informes sobre la corte gala. Siguiendo un viejo cliché de la ficción inglesa de que Francia es un país sexualmente corrupto, Bolena le habla sobre las picardías que tienen lugar en esa corte. Enrique se sorprende puesto que Bolena ha llevado a sus hijas a vivir con él a Paris. El embajador le asegura que tiene a sus niñas muy vigiladas. Al final del episodio nos damos cuenta en que consiste esa ‘vigilancia”. Bolena desea presentar a sus hijas a Enrique para ver cuál puede ser concubina del rey.

Perdita Weeks interpreta a una atolondrada y Maria que se ríe e hipa al mismo tiempo. Contrasta con la discreción y serenidad de Natalie Dormer que da vida a Ana. Durante el encuentro en el Paño de Oro, Francisco le señala a Enrique a Maria e insinúa que son amantes. Enrique que tiene una extraña relación con Francisco, que bordea a ratos en bromance y en otros en rivalidad psicótica, decide probar a “la yegua inglesa”. Maria lo sorprende con su habilidad para la felación. tras lo cual se hacen amantes, pero como otras mujeres que la serie nos muestra dando brincos en la cama del rey Tudor, Maria no dura mucho ahí ni adquiere gran poder.

Unos años más tarde, cuando Enrique se interesa en Ana, ahora dama de su hermana Maria Tudor, en la puesta en escena del Castillo Verde, La Otra Bolena (presente) ya no representa nada para el rey. Enrique puede perseguir a Ana sin remordimientos por su anterior relación con la hermana. En la vida real, Enrique tenía tan clara la gravedad (desde un punto eclesiástico) de su relación con Maria que cuando solicita su divorcio de Catalina al Papa, también solicita una dispensa para casarse con la hermana de una ex amante.

La Educación de las Bolena
“Los Tudors’ no hacen caso de este reparo, a pesar de que Hirst es el único en poner a Maria en suelo francés y describir su posible relación con Francisco I.  La realidad es un poco más extensa. Como todas las familias aristocráticas, los Bolena mandaron a sus hijas a educarse al extranjero. Las cortes europeas eran el equivalente a nuestros internados suizos. A los 12 años, Ana fue colocada en la corte de Margarita de Austria, un centro cultural de ese tiempo. Ahí Ana aprendió a hablar francés fluido y le tomó aprecio a los libros y las artes.
Margarita de Austria en "Carlos Emperador"

Maria, en cambio, fue enviada, en 1514 a Francia, como parte del cortejo de la princesa Maria Tudor que iba casarse con Luis XIII. Poco después, Ana se reuniría con su hermana. Se sabe que Ana permaneció en la corte gala, aun después que la reina enviudara y se casara con el Duque de Suffolk. Por ese entonces, Ana encontró otro puesto en la casa de Claudia, hija de Luis, y esposa de Francisco.

 Maria regresó a Inglaterra en 1519 (por lo que no pudo haber un encuentro con Enrique en El Campo del Paño de Oro que tuvo lugar un año más tarde). Sin embargo, el rumor en su día es que Maria había sido obligada a regresar puesto que su reputación en Francia estaba hecha trizas y la reina Claudia no la quería cerca del marido.
                                                 Claudia de Francia según Los Tudors

Maria entró a servir a Catalina de Aragón como su dama, apenas llegada a Inglaterra. Es posible que ahí haya atraído la atención de Enrique. Al menos, el rey estuvo presente en la boda de Maria con William Carey, un año más tarde. En 1522, Ana regresó a Inglaterra y también entró al servicio de la reina Catalina. Tuvo más éxito que su hermana debido a su agudeza, su elegancia y su conocimiento de la cultura francesa. Tal como nos la muestra “Wolf Hall”, hablaba ingles con acento galo (“Cremuel” como le dice a Cromwell) y salpicaba su conversación con frases en francés.

No hay fechas para la relación entre Maria y Enrique. Se cree que se convirtió en la concubina del rey poco después de casada y que esa relación puede haber durado hasta 1525 o 1526.  A pesar de que Hirst nos hace creer que Enrique se interesó en Ana durante el espectáculo del Chateau Vert (1522) para entonces, el rey tenía relaciones ya con Maria, y Ana estaba con Henry Percy. Tras la anulación de su matrimonio (1523), Ana fue desterrada por su padre al castillo familiar, no volvería la corte sino dos años mas tarde. Fue en 1526 cuando se volvió pública la obsesión del rey por Mistress Boleyn.

La pregunta que se hacen los historiadores es ¿cómo reacciono Mary? Siguió en la corte? Se fue con su marido? Sirvió a regañadientes a su hermana? Y aquí entra en juego la pregunta. ¿Tuvo Maria algo que ver con la caída de su hermana?  Para los que creen a Ana culpable de los cargos que la llevaron al cadalso, la pregunta es otra. ¿Fue La Otra Bolena cómplice de su reina?

María, Cómplice de Ana
Esta pregunta no tiene espacio en “Los Tudors” Ahí Mary es un accesorio del decorado, tal como una silla, aparece poco, la cámara no la toma en cuenta, parece llevarse bien con la hermana. Ana le cuenta que está embarazada y Mary luego se ve en la iglesia fungiendo como madrina de Isabel (un detalle totalmente falso).

En “Wolf Hall”, la complicidad es nula. Maria le tiene mas lealtad a Cromwell que a su detestada hermana. Como la novela está escrita desde el punto de vista de Cromwell, las confidencias de Maria sirven para saber que ocurre en sitios que Cromwell no frecuenta. Es Maria quien le cuenta como Ana manipula al rey, negándole favores sexuales. Es ella quien le revela en Calais que Ana está desnuda en brazos de Enrique.

En el libro, es Mary Shelton quien solicita una biblia para que su prima haga jurar al rey que se casaran una vez que estén de regreso en Inglaterra. En la serie, es Maria la encargada. Tiempo después, es ella quien revela a Cromwell que Ana está embarazada. A pesar de que Mantel esta casi segura que Ana fue adultera, ya para su caída, Maria no está en ninguna parte del paisaje.


La idea de la complicidad de La Otra Bolena es estrictamente idea de Philippa Gregory. En el libro y filme, Ana regresa a la corte cuando su hermana esta embarazada. La idea es que, Enrique no busque consuelo en brazos de otra. Para eso Ana debe “entretenerlo” lo hace tan bien que separa a Maria de Enrique. En el libro, Maria maldice a su hermana deseando que Ana muera por” ser tan codiciosa” ¡Se consuela burlándose de Ana con Catalina! Ah, pero como es Santa Bolena traiciona la confianza de su reina delatándola con Tío Norfolk.  En la película, Scarlett solo nos muestra la cara llorosa de Maria que llega verse bovina de tan aguantadora que es.

Mientras Anne pasa miserables siete años de espera para casarse, Gregory tiene a Maria como yoyo entre la corte y el campo, entre atender a su marido e hijos o ir a escuchar su hermana quejarse.  Sin embargo, son Jorge y Maria (la inocente Santa Bolena) los que le enseñan a Ana a “atender” al rey sin tener que comprometer su virginidad. Ese es el gran problema del libro, Maria es un personaje tan contradictorio.

En la película, Maria solo regresa la corte para convencer a Enrique que Ana sigue virgen, a pesar de su matrimonio con Henry Percy. En el libro, Maria se vuelve tan compinche de Ana que hasta se acuestan en la misma cama, y con George en el medio. Lady Rochford, la esposa de George los ve y comienza a sospechar que este trio tiene costumbres poco hermanables. Maria nota que Jorge y Ana no se besan como hermanos, pero le es mas cómodo hacerse la loca.
La Conspiración de Los Bolena

En el filme, Enrique viola a Ana y la embaraza, solo entonces se casan.  El libro es mas apegado a la realidad, con el viaje a Calais, y la consumación que culmina en embarazo. Mary debe dejar a sus hijos (y al nuevo marido que tiene escondido de la familia) para asistir a su hermana hasta el nacimiento de Isabel. Es Maria a quien Ana recurre cuando pierde al segundo bebé.

Maria solo consigue librarse de ese ambiente y de ese comportamiento supino y masoquista, cuando Ana descubre que se ha casado con un pobretón y la destierra al Castillo de Hever, donde se van a esconder las hermanas cada vez que meten la pata. Pero Ana no puede pasársela sin la hermana y la hace venir porque ha vuelto a embarazarse, pero nuevamente pierde el bebé.

Mary vuelve a Hever, Ana esta embarazada de nuevo, Mary debe regresar a la corte, etc., etc. ¿Diferencias esta vez? Es obvio que el eufemismo de Ana (“fui al infierno a buscar este hijo”) y la actitud de Jorge indican que el padre no es Enrique. Aun así, Maria tiene un mega Síndrome de Estocolmo y sigue alcahueteando las locuras de sus hermanos. Amenaza a Jane Seymour con sacarle los ojos si se acerca al Rey, y trata de sobornar a la partera que ayuda a Ana a malparir un niño deforme. La partera prefiere la gloria de decirle a Enrique que es padre de un monstruito muerto (al parecer la deformidad de debe al incesto).

En el filme lo hicieron todo un poco mas coherente. Maria se casa con William Stafford solo al final, nunca es exiliada. Ayuda a Ana con un solo aborto. Se horroriza ante el plan de Ana de engendrar un hijo con Jorge y se marcha por un tiempo de la corte. Regresa solo para pedir clemencia por su hermana y para hacerse cargo de Isabel. Un detalle totalmente no-histórico y del que hablaré en mi próximo blog donde comentaré sobre los descendientes de Maria quienes hasta el día de hoy conservan, sino el nombre, la sangre de los Bolena.

lunes, 26 de marzo de 2018

La Otra Bolena: Mary Boleyn entre la realidad y la ficción



El apellido “Bolena” (Boleyn en inglés) es reconocible para todos los Tudormaniacos. A través de textos históricos, biografías, novelas, óperas y filmes y series de televisión, hemos asistido al auge de esta familia. Hemos también asistido a su estrepitosa caída que acabó con tres miembros del clan Bolena en el cadalso. Lo curioso es que después de haber sonado tanto durante el siglo XVI, los Bolena desaparecen de la historia. La muerte de la Reina Virgen acaba con su estirpe y, sin embargo, hoy en día todavía hay quien desciende de ellos y gracias a la mas humilde de la familia: Maria Bolena.

Acabo de ver por segunda vez “Wolf Hall”.  Desligándome del feo y falso retrato de Tomas Moro del que ya he hablado anteriormente, me he gozado la serie como no lo esperaba. ¡Qué buena actriz es Claire Foy! ¿Como es posible que la adore en “The Crown” y la aborrezca en “Wolf Hall”?  Foy nos hace detestar a Ana Bolena, pero un imán para la vista y la mente es el retrato que la serie hace de la mini corte de la segunda esposa de Enrique Octavo.

 Ahí están esos pobres mozalbetes que pagarán con sus cabezas el juego de “amor galante” que mantienen con su reina; el vanidoso musiquillo Mark Smeaton quien fácilmente cae en la trampa de Cromwell; la enana-bufona que Ana cruelmente bautiza como “Maria” en memoria de su hijastra, hasta el defenestrado perrito “Purkoy”. Pero las que más atraen mi atención son las damas.


A muchas las conocemos por otras fuentes; ahí está la prima Madge, menos rolliza e imponente que en “los Tudors”; la ahora omnipresente Kate Phillips que encarna a una Jane Seymour más pasiva y solapada que la dinámica y generosa reina que nos inventó Michael Hirst. 

No tengo quejas de Jessica Reines y su sobresaliente interpretación de una amargada y rencorosa Lady Rochford (Bolena por matrimonio), pero mi mayor aplauso es para Charity Wakefield que nos regala una sensual, aunque simpática, Maria Bolena. Lastima que nos la quitan a la mitad de la serie. Harta de los desplantes de su reina-hermana, Maria abandona la corte y se va con William Stafford, librándose así de la debacle que destruirá su familia.

Scarlett Johansson en "La Otra Bolena"

Este retrato de Maria, segun Charity y Dame Hilari Mantel,  choca con la imagen que Philippa Gregory (y Scarlett Johansson) ha propagado de “La Otra Bolena” . Siempre he sentido curiosidad por esta mujer Tudor tan despreciada por la historia, pero tan apreciada por las escritoras de romances históricos. Por eso, esta primavera nevada, me he dado el trabajo de investigarla y ver como su realidad es comparable a su leyenda (rosa o negra, dependiendo del autor) y como a veces la supera.

Mi primer encuentro con Maria fue un 8 de diciembre, de 1970. Después de conocerla encarnada en una silenciosa,  pero sexy Vanessa Redgrave, en “A Man for All Seasons”, me interesaba ver otra visión de Ana Bolena. Así me encontré, a los once años, en el cine Rialto de Viña del Mar, ante Genevieve Bujold encarnada en “Ana de los mil días”. En esta adaptación del drama de Maxwell Anderson, donde Ana es vista como víctima de las ambiciones familiares y de la lujuria de su rey, descubrí varias novedades.

Una de ellas fue que, en una escena de Ana y su madre, se ve en el trasfondo a una mujer en avanzado estado de gestación. Se trata de Maria, hermana de Ana. La sorpresa me afectó la vejiga y tuve que ir al tocador de señoras. Ya en el baño me esperaba una sorpresa mayor. Me había llegado mi primera regl, . me empacaron a casa y Las Bolena desaparecieron de mi mente por un tiempo.
Valerie Gearon como Mary Boleyn en "Anne of the Thousand Days"

Poco después una de las muchas revistas femeninas que se compraban en mi casa, comenzó a serializar “Ana de los mil días “. Ahí me enteré de que Maria había sido amante de Enrique, que Ana se lo había robado a pesar de la hermana estar embarazada. Inmediatamente, me asaltaron dudas propias de Tudormaniacos fascinados por esta amistad-rivalidad. ¿Cómo pudo haberse Ana entrometido en la relación de su hermana y del rey? ¿Qué paso con el hijo de Maria?

En una época pre-Internet, pre-Google, pre Wikipedia, me tomarían casi quince años descubrir lo que había ocurrido con La Otra Bolena. Fue en 1984,  cuando pasaba por en la peor etapa de ami adicción a los bodice rippers,  que me tropecé con Passion’s Reign (El reino de la pasión) de Karen Harper. 

Esta novela romántica (con mucho sexo, como buen bodice-ripper) me instruyó sobre verdades históricas como que antes de Enrique, Maria había sido amante de Francisco I de Francia, y que su único amor fue su ultimo marido, William Stafford. Pero esta novela quiero discutirla dentro de su contexto en la Tudormania. Así que voy a comenzar a revisar la ficción histórica y su tratamiento de Maria Bolena.

Aunque por siglos, Ana Bolena ameritó espacio en el teatro, opera y filmes, María solo comenzaría a aparecer en historias escritas en torno a su más famosa hermana casi en la mitad del Siglo XX. En 1949 Margaret Barnes Campbell en Brief Gaudy Hour establecía ciertos clichés que reencontraremos en los retratos ficticios de La Otra Bolena. Primero, el mito de que Maria era menor que Ana. Como Philippa Gregory, MCB, describe a una Maria humilde y sumisa, muy encariñada con Ana quien esta determinada a que no la trate el Rey como ha tratado a su hermana. La novela se toma licencias extraordinarias: Mary nunca sirve en la corte francesa, sus hijos nacen cuando ya no es amante de Enrique, y las Bolena tienen una madrastra que nadie sabe de dónde salió.


En 1957, Evelyn Anthony en su Anne Boleyn, nos muestra a Mary, de nuevo una hermana menor, quien ya es la amante descartada de Enrique, y que ha sido desterrada de la corte junto a su hijo bastardo y obligada a casarse con un noble campesino. En, 1963, Nohra Lofts, una acreditada novelista de romances publicó La Concubina, en la cual Ana es la menor de las Bolena, una chica decente y tímida que se horroriza ante la idea de servir en la corte donde su hermana fue la querida oficial del rey.

Para Ana, Maria es un mal ejemplo, una mujer con la que no quiere ser asociada. Maria es hecha a un lado por Enrique y termina casada con William Carey. Solo ahí, y luego que el rey demuestra interés por su “cuñada “, es que Maria reaparece ahora aconsejándole a su hermana profesar puesto que un convento es la única salida para quien atraiga la atención del sátiro monarca.

En 1971, y aprovechando la primera ola de Tudormania, Ailieen Armitage publicó Las Hermanas Tudor, que en realidad debería llamarse “Las Hermanas Bolena”. Es la primera novela en darle un sitio protagónico a Maria. Como personaje, La Otra Bolena hubiera hecho las delicias de las “Mituteras”. Es la típica mujer que nunca sabe por que se le caen los calzones, que se arrepiente tras cada revolcón, y que termina sintiéndose ‘violada”.

La historia comienza con la madre de Maria que en su lecho de muerte le pide que aprenda a ser mas asertiva y a no dejar que los demás controlen su vida. La huerfanita demuestra su veleidad casi encamándose con Rafe, el caballerizo. No alcanza a ocurrir nada grave, pero Tomas Bolena, para alejar la tentación, envía a su hija a Francia como dama de Maria Tudor que se va a casar con Luis XIII. En Francia, la chica Bolena atrae la atención de Francisco, yerno del rey, quien la seduce. Aquí no hay amor, solo atracción sexual que para nuestra protagonista es muy importante.

Llega Ana a la corte francesa. También se acuesta con Francisco y luego con Henry Percy con el que se cree comprometida. Las hermanas regresan a Inglaterra y Maria se casa con William Carey del que parece enamorada. Los Bolena desprecian a Carey por pobretón y a Mary por ser tan boba e incapaz de atrapar un buen marido.

Maria y su marido regresan a Francia acompañando al rey Enrique VIII. Francisco ahora reina en Francia y retoma su relación con María quien también recibe visitas nocturnas de Enrique, y de su marido. Lo divertido es que la autora no emite juicios morales en contra de su protagonista, que es presentada como una inocente total.

Regresan a Inglaterra, Enrique es amante de Maria, pero Ana se le atraviesa y las cosas cambian. Ana ha aprendido su lección, y mantiene al rey a raya, fingiendo ser virgen. Obvio que Enrique se interesa más en Ana, y Maria sigue en Bavia. Finalmente, la hermana se lo explica con dibujitos y todo (hasta le dice “simplona” en su cara). Para mayor shock de Maria que parece sufrir de alguna deficiencia mental, es Ana quien debe informarla de que esta embarazada. Por fin, la preñez le alumbra la bombilla a La Otra Bolena.

Maria decide hacer pasar a su hijo como producto de su matrimonio. Para que nadie sospeche de que Enrique (¿entonces para qué le pone ese nombre?) es hijo del rey, Maria decide criarlo lejos de la corte y nunca revelarle la verdad. Así la dejamos semi feliz junto a William Carey.

Ahora nos toca examinar la novela de Karen Harper que por primera vez me dio la pista de que Maria Bolena era el personaje mas interesante de su extravagante familia. Cuando leí The Other Boleyn Girl de Philippa Gregory me di cuenta de como la novela de Harper había influido en la pluma de Doña Pippa. Ambas acaban con la ejecución de Ana; Harper si acepta el veredicto histórico de que Maria era la hermana mayor, pero da como fecha de su nacimiento 1504, convirtiendo a las Hermanas Bolena en casi niñas metidas en el juego de tronos y alcobas que será su vida.

La gran diferencia es como Harper opta por relatarnos la vida sexual y amorosa de Maria pre-Enrique VIII. A diferencia de la novela de Armitage, Reign’s Pasión (ahora retitulada La Ultima Bolena) nos muestra una Maria obligada por la familia a entregar su virginidad al libidinoso Francisco. La relación es degradante y huele a ratos a violación, sobre todo en el idioma “Ahora te voy a enseñar como domo a mis yeguas” dice el reyezuelo.  Cuando se aburre de Maria, Francisco se la pasa a sus amigos, lo que (si hubiera ocurrido) podría explicar la mala fama de La Otra Bolena.

Aunque los historiadores dudan todavía de la veracidad de la relación de Maria y el futuro rey de Francia, es cierto que Francisco se refería a ella como “Mi yegua inglesa”. Mas adelante, tal vez para limpiar su propia imagen, Francisco (que Los Tudor” y “Carlos Emperador” nos han mostrado como un hocicón, arrogante y falso) llamaría a Maria “La puta mas grande y la mas infame de todas” (Grandissima ribalda e infame sopra tutte).

El libro sigue a Maria de regreso a la corte inglesa, su matrimonio con William Carey, y su eventual caída en otro lecho real. No recuerdo mucho del cuento de Maria y Enrique. Tal vez no me interesaba porque sabia que acababa mal. Carey es retratado como lo que era, no un miembro de la pequeña nobleza campesina, sino un pariente del rey y elemento importante de la corte de Enrique. Carey es un personaje negativo, un ave de rapiña que no le importa prostituir a la mujer. por suerte, se muere pronto. En la vida de Maria entra William Stafford, un soldado, hombre de confianza de Enrique, y un cínico que es regenerado por el amor de la concubina real.

El resto de la novela describe la boda secreta de Maria, su alejamiento de la corte, y su idílica vida familiar como Lady Stafford y madre de dos hijos más. Harper parte de la base que, de los niños Carey, solo Catalina era hija de Enrique. La novela acaba con una última reunión entre las Hermanas Bolena en la Torre de Londres. Ana le entrega a su hermana el contenido de su joyero para que se las de a su hija. Su ultimo deseo es que María se encargue de educar a Isabel y despejar rumores falsos sobre la relación de los padres de la niña.

La pobre Karen Harper quería escribir un libro serio sobre un personaje olvidado de la historia, pero al caer en las trampas del bodice ripper, pasó a ser parte del género. Incluso ese nombre tan cliché (El Reino de la Pasión) la predestinaban al menosprecio que siempre reciben las muestras de cultura popular. En mi biblioteca de barrio, yo no la encontré en la sección de ficción donde estaban los libros de tapa dura, sino en los escaparates de alambre que sostenían ese tipo de novelitas en ediciones de bolsillo.

Por suerte, el retorno de la Tudormania hizo que la novela de Karen Harper, ahora titulada The Last Boleyn, tuviese un merecido renacimiento. Pero el mejor homenaje se lo daría Philippa Gregory en el 2001, cuando iniciaría la mas reciente ola de Tudormania y con ella, un renovado interés por La Otra Bolena, pero de eso hablaremos en mi próximo post.

A proposito "La Otra Reina" que es como se llama "The Other Boleyn Girl " en español,  estará disponible hasta fin de mes en Netflix.